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Papa Francisco... Un Dedo sobre la llaga


El domingo pasado escuchamos una seria llamada de atención de parte de Jesús para dejar la escuela de los hipócritas. De hecho, la carta de Santiago nos recordaba que una religión pura y sin mancha supone dejar la hipocresía de escuchar la palabra de Dios y no ponerla en practica.


Este domingo, el Señor Jesús, a través del evangelio de Marcos, nos sorprende nuevamente porque 'mete el dedo en la llaga', es decir, ante el mal 'no se queda con los brazos cruzados' ni 'se hace de la vista gorda', sino que va precisamente a tocar aquello que hace mal.


Esta expresión tan cultural y multicultural de "meter el dedo en la llaga", tiene un origen evangélico, Santo Tomás, informado de la resurrección del Maestro, incrédulo a un evento de tal magnitud, expresa en Jn 20, 25 "si no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré"


καὶ βάλω τὸν δάκτυλόν μου εἰς τὸν τύπον τῶν ἥλων

καὶ βάλω μου τὴν χεῖρα εἰς τὴν πλευρὰν αὐτοῦ, οὐ μὴ πιστεύσω.


Poner el dedo en la llaga en el caso de Tomás es la petición justa y razonable de alguien humilde que está dispuesto a cambiar su modo de pensar, en el caso de que tenga una experiencia personal y coherentemente razonable que se lo permita. Pero en el caso de Tomás, Meter la mano en la llaga significa mucho más, significa palpar por sí mismo la herida del Maestro, hacer experiencia propia de las llagas dolorosas de Jesús, confrontarse personalmente con las huellas de la violencia que destrozaron el cuerpo del Rabí de Galilea. Para Tomas es ésta la condición justa y necesaria para poder creer: compartir el dolor del Maestro; creer que Jesús está vivo supone entonces conforntarse con ese dolor para poder saldar por completo su propio dolor, su propia herida: la del abandono y muerte de su Maestro.

Pero Tomás aprendió esto de Jesús mucho antes, de hecho en el evangelio de Marcos de este domingo, Jesús mismo, ante un sordomudo que le viene presentado, se atreve a pone el dedo en la llaga. El sordo mudo es una persona incomunicada, aislada, en cierto modo marginada pero no recluida de la sociedad. Es la sociedad misma que lo presenta y Jesús pone el dedo en la llaga. ¡Y no es la primera vez que lo hace!


El texto no habla de que nació con esta enfermedad o que la adquirió, ni tampoco que sea fruto de su pecado o del de sus ancestros, como normalmente se considera en la mentalidad bíblica, más bien el texto nos habla de la imperfección, y lo confirma el final de la misma narración cuando la muchedumbre sorprendida a una sola voz expresa maravillada “todo lo ha hecho bien”:


Mc 7,37 καὶ ὑπερπερισσῶς ἐξεπλήσσοντο λέγοντες· καλῶς πάντα πεποίηκεν,

καὶ τοὺς κωφοὺς ποιεῖ ἀκούειν καὶ [τοὺς ἀλάλους λαλεῖν.


Que Jesús ponga el dedo en la llaga del sordomudo, en sus oídos y en su lengua anudada, significa que se atreve a confrontarse él mismo con el dolor de esta persona y lo toca por sí mismo, significa que toca su imperfección. Pero Jesús no toca su mal, su imperfección para restregarla acusativamente causándole otro innecesario dolor, ni toca su imperfección para detectarla y sentir lastima o mucho menos escandalizarse de ella, ¡NO! Jesús toca al sordomudo para reconstituirlo, para perfeccionarlo, para reintegrarlo en la normalidad de la vida comunitaria.

Se trata de hecho del dedo de Dios que desde el principio crea el mundo Sal 8, 3-4:


3 Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,

y la luna y las estrellas que has creado,

4 me pregunto: ¿Qué es el ser humano, para que en él pienses?

¿Qué es la humanidad, para que la tomes en cuenta?


Pero aún más, pues con su propia mano, con sus propios dedos plasma al hombre y lo crea: “El Señor Dios plasmó con tierra al hombre” Gn 2, 7


וַיִּיצֶר֩ יְהוָ֨ה אֱלֹהִ֜ים אֶת־הָֽאָדָ֗ם עָפָר֙ מִן־הָ֣אֲדָמָ֔ה


y todo lo hace bien: “Vio el Señor todo lo que había hecho y ¡Sí! Todo lo que había hecho era muy bueno” Gn 1, 31


וַיַּ֤רְא אֱלֹהִים֙ אֶת־כָּל־אֲשֶׁ֣ר עָשָׂ֔ה וְהִנֵּה־ט֖וֹב מְאֹ֑ד


Últimamente estamos siendo testigos que el dedo de Dios está puntando sobre nuestra realidad a través del Papa Francisco; desde el inicio de su pontificado, Papa Francisco no deja de poner el dedo en la llaga y no quita el dedo del renglón, y por ello viene abundantemente alabado o criticado, incluso al interno del mismo colegio cardenalicio y el gremio de algunas voces arzobispales se han permitido decir que se le debe destituir del cargo. Pero no es acaso que Francisco sin quitar el dedo del renglón, está tocando las llagas profundas que están en la Iglesia y no tanto para restregarlas con el afán acusatorio del puritano, ni tampoco para comprobar que lastimosamente existe gente así en la comunidad, ni mucho menos para escandalizarse…

¡NO!

Francisco, el actual dedo de Dios, parece que más bien pretende como Jesús tocar para reconstituir, para perfeccionar, para reintegrar en la normalidad de la vida comunitaria a todos y cada uno de los sordomudos cuyos corazones, intenciones, pensamientos, deseos, orientaciones son imperfectos. Francisco no duda y no quitará el dedo del renglón, a veces apuntará señalando, aveces indicará el camino, aveces aprobará con el pulgar alzado, pero lo que está claro es que Dios piensa en el ser humano, se acuerda de nosotros y de que somos polvo pero el Señor está puntando más alto, al 'magis', al máximo, sobre cada uno de nosotros respecto al seguimiento de Cristo, ¿porqué no nos atrevemos?


Preguntémosle ¿qué quieres hoy de nosotros Señor? ¿cuál es nuestra actitud ante la imperfección y cómo podemos perfeccionarnos en el arte de tocar para sanar como tú? ¿cómo tocamos nosotros la llaga? ¿cómo nos acercamos a la imperfección? ¿Acaso no tenemos mucho que aprender de ti Maestro sobre cómo tocar sin dañar, sin restregar en modo acusativo, sin hacerse de la vista gorda sino tocar para reconstituir, reintegrar y perfeccionar?


¡Jesús enséñame tu modo de hacer sentir al otro más humano!

¡Que tus pasos sean mis pasos, mi modo de proceder!

¡Jesús enséñame a contemplar el modo que tienes de tratar a los demás!

¡Enséñame tu modo Señor!


El Señor hace justicia a los oprimidos.

El Señor abre los ojos ciegos, endereza a los que ya se doblan.

(Sal 146, 7 ss.)

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